lunes, 31 de diciembre de 2007

Universidad pública no estatal (entre todos sabemos todo)

Estimadxs: quiero compartir el siguiente texto que trabajamos, hace unos meses, en la cátedra b de política. Es interesante porque da cuenta la importancia que tiene la producción colectiva en los diferentes ámbitos donde nos movemos; además, en el texto, se expresan diversas experiencias generadas por fuera del control estatal. Espero que sea de vuestro agrado. Saludos,
Emanuel.



Por lo pronto, no es llevando a cabo iguales prácticas teórico-políticas que puedan esperarse resultados diferentes; con iguales medios, los fines no pueden ser superadores del actual estado de cosas. Sin embargo, no todo ha sido repetición en este último tiempo. Las luchas del ´99 y del ´01 iluminaron un modelo posible de universidad pública no estatal: la democracia directa, las jornadas de producción de conocimiento y las múltiples secuelas de grupos de estudio son cimientos de un edificio que todavía no está construido pero que puede constituir una alternativa.

¿Qué hubo de particular en aquellos episodios? Centralmente que operaron con una lógica distinta. Hay una característica recurrente en nuestro país (y en muchos otros) que es la centralidad que las luchas le asignan al estado. En las últimas décadas es difícil encontrar algún movimiento de mediana trascendencia que no le dirija su energía. Sin embargo, en el año ´99 los estudiantes de algunas facultades se dotaron de su propia organización esquivando lo que la regulación estatal universitaria reconoce como tal, nos referimos a los centros de estudiantes. Esas jornadas anticiparon experiencias masivas de democracia directa que en el 19-20 de diciembre iban a tener certificación callejera. En el 2001, la autoorganización avanzó sobre la organización estatal del conocimiento (también llamada universidad). Muchas aulas se trasformaron en dispositivos donde se esquivó lo que el programa de estudios dictaba y se orientó el saber hacia los obstáculos que, en ese momento, afrontaba el movimiento universitario y el país. No se exigió que se transformaran los planes de estudios sino que se ocuparon literalmente las cátedras y se realizó en acto aquello que se pretendía. Fue un chispazo breve pero iluminó posibilidades que dormían ocultas en los pliegues del movimiento.

Estas luchas favorecieron la emergencia de un tipo de organización pública que esquiva la forma estado. Pensar lo público al margen del estado se hace especialmente difícil en un país donde las tradiciones del pensamiento político asocian necesariamente el cambio social a una operación que supone el control del aparato estatal para orientarlo hacia el bien común. La izquierda concibe al estado y a la universidad de estado como instrumentos que según como sean manipulados pueden proveernos de resultados revolucionarios. Basta la mano férrea del obrero-estudiante revolucionario para que esto suceda. En suma creen estar frente a una cuestión de contenido y se le escapa nada menos que la forma.
La universidad de estado es una organización posible del conocimiento. Y huelga decir que es una forma estatal-capitalista de organización. Esta manera de organizar el conocimiento reduce el conjunto del saber que está disperso en el cuerpo social a su aspecto más compatible con las necesidades del estado y el mercado. El saber pasa por una compleja y monstruosa maquinaria, hecha de cátedras, evaluaciones y dispositivos de sometimiento variados, que da como resultado un conocimiento apto para la producción y reproducción de lo existente. Si esta organización del conocimiento (que es el modo de ser de la universidad) permanece invariable dará como resultado inexorable el mismo tipo de producto (esto es, el orden de cosas existente) no importa quien la administre.
El rol del docente es activo y el de los estudiantes se reduce a escuchar y asimilar. En este sentido, lo que sucede allí no es muy diferente de lo que sucede cuando estamos sentados frente a un televisor aunque, en este caso, tenemos un emisor y millones de “escuchas”. Y no sólo en esto se parecen las dos situaciones. Pensemos también en la relación que se establece entre los estudiantes-televidentes; ellos se conectan cada uno con su televisor-profesor y no entre sí. Y en esta situación no importa demasiado lo que se esté diciendo, podemos pensar que el contenido de lo que dice el profesor es revolucionario pero la forma en que este contenido es transmitido no modifica realmente la situación de pasividad de los estudiantes. Muchas veces se proponen como un medio para cambiar la universidad las llamadas “cátedras libres”, pero éstas sólo son libres en cuanto a que el programa propuesto no está en los planes de estudios oficiales. O sea que es un asunto de contenido, pero la forma permanece igual.
Se trata entonces de separar lo público de su forma estatal generadora de desigualdad.[1] Operación nada sencilla, como decíamos, en un país de fuerte tradición populista. Sin embargo, algo de estos sucede cuando se sustraen los intercambios sociales universitarios a las regulaciones estatales y mercantiles, y éstos, una vez sustraídos, se componen con otros procesos sociales de producción de la vida fuera de estas normativas. Ha habido muchas experiencias de este tipo en los mtd, las empresas recuperadas y las asambleas populares. Pero para esto la universidad tal cual existe no es de utilidad. Para esto hace falta desarrollar una actividad propia de producción de pensamiento inventando nuestros propios dispositivos: los talleres de pensamiento, las publicaciones de intervención, la investigación autónoma.

Construir lo público por fuera de la forma estado implica abandonar también nuestro rol de meros consumidores y pasar a ser productores. La organización verticalista y estamentaria de la universidad convierte a los demás sujetos en meros objetos del proceso de enseñanza y aprendizaje o, más bien en sujetos pasivos (ejecutores), es decir en consumidores y no en co-productores en concepción y ejecución del conocimiento; y no sólo del conocimiento, sino que también se los margina –como representados- de las decisiones fundamentales que hacen a la vida universitaria, esto es: la mayoría de la comunidad (las particularidades) sólo ejecuta y/o consume fordistamente los contenidos teórico-políticos que “piensan”. La representación política en claustros es coherente con las formas verticalistas de la universidad de estado; una nueva organización del conocimiento requiere de nuevas formas de expresión política.

¿Cómo se puede emprender semejante tarea? Suena imposible. Sin embargo, en nuestro país asistimos, en las jornadas posteriores al 19-20, a una importante resignificación del espacio público realizada por las asambleas populares. Se trata de recuperar la universidad en el sentido en que se “recupera” un local abandonado en un barrio. Hoy, lo que no está tomado por la lógica del mercado permanece como resto estatal a la espera del remate. Se impone una profunda recuperación del saber atrapado en estas redes. Enumeramos algunas operaciones posibles para este recate: una de ellas es llevar la democracia al ámbito de la producción del conocimiento terminando con las reducciones que sobre éste operan las cátedras, los círculos cerrados de la investigación y el triste dispositivo de la “clase magistral”. Como decíamos antes, inventar nuestros propios dispositivos de conocimiento, los talleres y grupos de estudio parecen ir en esta dirección. En tren de ser positivos, proponemos unir lo que actualmente está separado. Por ejemplo, el ciclo de grado y la investigación: las carreras pueden ser concebidas como unidades de investigación y lo que se enseña en el grado puede estar estrechamente vinculado a los objetivos de la investigación. De esta manera nos vamos formando también como investigadores. Esto no es comunismo en acto sino una mera copia del funcionamiento de la universidad capitalista parisina.

La universidad es, entre otras cosas, una forma de delimitar y calificar los saberes existentes en el cuerpo social. En esta operación se realza un tipo de saber y se desecha buena parte de aquel que no 3encaja en las necesidades de reproducción del sistema. Nosotros, en cambio, no estamos en condiciones de desechar nada. Por tal motivo se nos impone la tarea de componer nuestros saberes con los saberes que no están ungidos con la bendición estatal, esto es (hay que decirlo) los ultra declamados saberes “populares”. No es algo que no esté sucediendo ahora mismo. Los estudiantes de ingeniería que componen su saber con los obreros de las empresas recuperadas, los agrónomos que ayudan en el diseño de la producción en el Movimiento Campesino de Santiago del Estero o los universitarios trashumantes contribuyendo con sus saberes ahí donde los movimientos encuentran obstáculos.
Los zapatistas suelen decir que “entre todos sabemos todo”. Así de “sencillo” es el asunto, las aulas pueden transformarse en un encuentro entre saberes donde se produzca pensamiento y un docente alguien que puede facilitar esa tarea, ni tan adelante, ni tan rezagado. Se trata de que entre todos pasemos de ser meros consumidores a producir colectivamente.
[1] Hay una anécdota de un referente de la UTD de Mosconi que nos puede ser de utilidad a la hora de pensar en la forma estado como generadora de desigualdad. Él cuenta en una charla que antes de organizarse como desocupado su relación con la gente del pueblo era distinta, cuando era trabajador de la empresa estatal de petróleo miraba a sus vecinos con desdén porque tenía una categoría y un salario muy por encima de sus congéneres. El escalafón jerárquico del estado se preocupa prolijamente de dividir a los trabajadores, sin embargo, una vez despedido se encontraba aislado y en la misma condición miserable que el resto. Fue a partir de la reconstrucción de los vínculos en base a la igualdad y la cooperación que se pudo generar la organización piquetera de Mosconi.

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