"Ellos tienen el poder, nosotros la noche". La frase rebota en la cabeza de la decena de activistas que irrumpen en el orden nocturno del madrileño barrio de Lavapiés. No hace demasiado frío. En el aire, la frase se repite como una rima que se agita sobre el ritmo acelerado de la respiración: "Ellos tienen el poder, nosotros la noche". La mañana descubre a la mirada atenta las alteraciones que regaló la madrugada: las placas municipales que señalan los nombres de las calles del barrio ya no son las mismas. La calle de Mesón de Paredes hoy es la de "Mesón de parados", la calle de Embajadores es ya la de "Desalojadores". La guerrilla de la comunicación ha dejado su huella en el centro de la ciudad. Han bastado varias pegatinas confeccionadas con audacia, una escalera y una decena de personas para comunicar el mensaje y subvertir el orden simbólico. Sobre el ritmo de la mañana el desorden cambia las palabras del estribillo nocturno: "Recuperad la competencia sobre vuestros espacios públicos y ganaréis derechos sobre vuestras vidas".
El surgimiento de nuevos movimientos sociales en las últimas décadas se ha visto acompañado de nuevas formas de ocupación del espacio público y de nuevas maneras de entender la acción política. La guerrilla de la comunicación nace precisamente en este mar de movimientos que colocan el deseo de otra política en el centro de sus iniciativas y surfean la ola de los propios movimientos señalando creativamente la relevancia de la comunicación en nuestros días.
Su propósito es la crítica del actual estado de cosas, "socavar la normalidad y la pretendida naturalidad del orden imperante, sembrando inesperados elementos de confusión y transformando los discursos cerrados en situaciones abiertas", como ellos mismos manifiestan. Se trata para esta guerrilla urbana contemporánea de "confrontar a los ciudadanos no sólo con algunas proclamas, sino de recoger las contradicciones y las experiencias de sus propias vidas, invitándoles a reflexionar y actuar de otra manera a partir de ellas". Por eso la guerrilla de la comunicación, como en el caso de las placas municipales de las calles de Lavapiés, representa una "utilización e interpretación discordante y disidente de los signos". La idea es clara: "no se trata de interrumpir el canal de comunicación, sino de utilizar la propia comunicación y las estructuras del poder apropiándose de sus signos y códigos y tergiversándolos". En los últimos años las propuestas subversivas de esta guerrilla se han dejado ver en multitud de ciudades: Madrid, Barcelona, Milán, Londres, Berlín, Toronto, Nueva York. Precisamente en EE UU y Canadá ha emergido en el seno de los movimientos la consigna jaim their lines! (¡interferid sus líneas!), tres palabras que encierran el espíritu de sus acciones y el sentido de interferencia con el que se agitan sigilosamente cambiando el transcurso o la representación normal de acontecimientos, imágenes e ideas existentes.
Uno de los objetivos más importantes de la guerrilla de la comunicación es la publicidad, ya que constituye uno de los espacios fundamentales de producción de realidad en nuestras sociedades. "La publicidad no habla del mundo, construye el mundo (lo simula)", que decía Jesús Ibáñez. Solamente en los primeros nueve meses del año pasado se gastaron en publicidad más de sesenta y seis millones de euros en nuestro país. Según Media Planning, la emisión media diaria de publicidad tan solo en el mes de marzo pasado alcanzó en España la cifra de 1.500 minutos. Interferir el ámbito publicitario y denunciar tanto sus contenidos, como la enorme cantidad de recursos que absorbe y la contaminación que genera, es casi "una simple cuestión de ética ciudadana" para sus activistas.
Una de las acciones en este ámbito que ha tenido mayor repercusión ha sido el ataque en EE UU a la campaña "Obsession for men" (Obsesión para hombres) de la colonia Calvin Klein. El texto de los enormes anuncios que inundaban calles y avenidas fue sustituido por "Recesion for men" (Recesión para hombres) y la fotografía del modelo guapo y cachas de turno por la imagen de un sin techo mirando al vacío. El impacto fue enorme.
La guerrilla de la comunicación se extiende al ritmo nómada de sus golpes y acciones desde las sendas accidentadas y perdidas, alejadas de las grandes rutas. Está cerca, entre nosotros. En el aire va dejando la estela de la pregunta que hace ya años se hiciera Roland Barthes: "¿Acaso la mejor subversión no es la de alterar los códigos en vez de destruirlos?". Presten atención. Cualquiera puede ser un guerrillero.
Ángel Luis Lara
Ladinamo
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